En la primera entrega de este paseo por el parque natural del Monasterio de Piedra hemos entrado en contacto con este paraje de exuberante belleza que había pertenecido a una comunidad benedictina y que fue redescubierto por Juan Federico Muntadas en el siglo XIX. Este hombre visionario lo acondicionó y lo convirtió en un reclamo turístico de primer orden: hoy es el parque privado más visitado de Europa.
Una vez dentro del recinto nos sumergimos en una Naturaleza que nos envuelve y nos arropa. A cada recodo del camino nos asalta una sorpresa: el río Piedra salta aquí y allá formando cascadas y rápidos, las más de las veces ayudado por la mano del hombre, que ha desviado adecuadamente pequeños canales para dejarlos deslizarse por las rocas. Se aprecia el mimo con que se cuida el lugar desde hace siglo y medio. Y habíamos llegado al lugar donde el río parece desaparecer en un abismo: asomándonos adivinábamos el salto de agua más impresionante de todos, la Cola de Caballo.
La gente se dirige hacia un agujero junto al río. En realidad es una puerta, el comienzo de la escalera, una vez más esculpida en la roca, que desciende toda la altura de la Cola de Caballo. Cincuenta metros de impactante bajada, con aberturas en la roca a modo de balcones o ventanucos que nos permiten detenernos por unos instantes y admirar la grandeza del paisaje que se abre ante nosotros: a nuestro lado la cascada en toda su extensión y ante nosotros el gigantesco cañón excavado por el río. Podemos ver de cerca las paredes que hay detrás de la cascada, llenas de musgo y vegetación por el altísimo índice de humedad.
El visitante, impresionado por el grandioso espectáculo al que está asistiendo, no se imagina que al final de la escalera le espera una sorpresa aún mayor. Salimos a una gran caverna que está justo detrás de la cascada, la cual vemos como si fuera una cortina de agua que se interpone entre nosotros y la luz del exterior. Se trata de la Gruta Iris, descubierta por el inefable Muntadas, y que parece un escenario imaginario, de una novela o de una película de Indiana Jones, pero no: es real, natural, creada por la sabia y sorprendente Naturaleza.
En la Gruta Iris hay vida: con frecuencia pájaros o murciélagos revolotean en lo alto. Y dentro de ella llueve: el agua se filtra por el techo rocoso y se condensa hasta que cae en forma de miles de gotas. Podemos adentrarnos hasta el fondo por un camino algo resbaladizo, especialmente en la parte final, donde pasamos por escalones esculpidos en la roca (por lo tanto mucho cuidado), para obtener una vista de la boca de la gruta sencillamente grandiosa.
Saldremos de la Gruta Iris por un túnel de unos cien metros esculpido a pico, una vez más, por los hombres de Muntadas. Y es que este lugar no es sólo una maravilla natural, también es una obra de arte humana. Al final del túnel otra imagen imborrable: la Cola de Caballo desde la distancia. Y nos percatamos de un detalle: es la primera vez que la vemos realmente en toda su longitud. Estamos a una gran distancia, pero aun así las finas gotas de la cascada nos impactan en el rostro.
Con su imagen grabada en la retina, nos alejamos de la gran cascada y siguiendo el sendero atravesamos de nuevo el río Piedra. Por todos lados el terreno y los troncos de los árboles se cubren con un manto de yedra. Asombrados por cada detalle que vemos, llegamos a otro lugar especial: la piscifactoría del Monasterio de Piedra, la más antigua de España, fundada por Muntadas en 1867 y gestionada por la Diputación General de Aragón.
En la piscifactoría se crían principalmente truchas. Con ello se ha repoblado las aguas del río y se ha creado un hábitat idóneo para varias especies de pájaros como el cuco, el martín pescador, el mirlo o el ruiseñor. Hay varios estanques donde, a través del agua, se pueden ver las truchas en diferentes fases de su crecimiento. Este pez es un plato muy típico en Aragón y se puede degustar en el mismo recinto y en los restaurantes de los pueblos de la comarca.
Siguiendo nuestro camino no dejamos de asombrarnos por la exuberancia de la vegetación que cubre incluso el cauce de un arroyo, cuyas aguas extraordinariamente cristalinas la hacen visible. Pero lo que viene después multiplica nuestras sensaciones y aumenta nuestro estupor. Hablamos del lago del Espejo. Aquí el efecto óptico es doble: por un lado, la transparencia del agua nos permite ver su lecho cubierto de plantas, así como las numerosas truchas que lo habitan. Se pueden apreciar todos los detalles de estos animales, desde sus globos oculares hasta sus escamas o las manchitas de su piel.
Por otro lado, según como caen las sombras sobre el lago, las montañas que lo rodean (entre ellas la impactante Peña del Diablo) se reflejan con perfección, creando la sensación de estar ante un espejo. De ahí el nombre del lago. Observando las truchas y los patos que nadan plácidamente en este lugar de ensueño, cruzamos un pontón flotante, como los que usa el ejército, y nos dirigimos al extremo del lago. Allí, entre altos y frondosos árboles, llegamos al punto donde comenzamos la ascensión. No olvidemos que hemos bajado los 50 metros de la Cola de Caballo y ahora hay que volver a subir.
Una escalera va trepando entre otros pequeños saltos de agua hasta llegar al puente que hay sobre la Cola de Caballo. Ya pasamos por él cuando terminamos la primera parte del paseo. Desde aquí toca emprender la salida, y para ello hay que seguir subiendo (recordemos que al comienzo de todo tuvimos que bajar bastantes metros). En esta ascensión el detalle más sorprendente es un árbol que ha conseguido crecer en un terreno vertical justo al lado del camino.
Al cabo de unos pocos minutos llegamos a la entrada del parque, lo que significa el final de nuestro recorrido… ¿O quizá no? Pues no, porque las sorpresas aún no han terminado. En el último capítulo dedicado al Monasterio de Piedra conoceremos el criadero de aves rapaces y asistiremos a una exhibición de estos preciosos animales.
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Texto y fotos © LAGARTO ROJO Permitida su reproducción previa autorización y siempre que se cite su procedencia.
Para más información:
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