El palacio de Peterhof no se encuentra en realidad en San Petersburgo (Rusia), sino a 29 quilómetros del centro de la ciudad. Fue mandado construir por el zar Pedro I el Grande. Precisamente, Peterhof significa Corte de Pedro, aunque en alemán. Esto se debe a que este zar había viajado por varios países de Europa occidental, en una expedición que se llamó la Gran Embajada, y el nombre en alemán debió de parecerle más sofisticado (de igual modo que el nombre de su capital tal como se usa en ruso, Sankt Peterburg, significa Ciudad de San Pedro en alemán). Pedro I fue el zar que quiso modernizar su vasto Imperio, y en Peterhof podemos apreciar su lado más refinado, aunque eso no debe ocultarnos que también fue un tirano cruel que llegó a torturar y asesinar a su propio hijo. El palacio se encuentra en la provincia de Leningrado, y he aquí otra curiosidad: la ciudad recuperó en 1991 el nombre original que tuvo desde su fundación hasta la Revolución de 1917, pero la provincia aún mantiene el nombre de la era soviética.
A Peterhof se le ha llamado el Versalles ruso. Ciertamente, tiene varias características en común con el palacio francés: por un lado, es un palacio de verano, de recreo, situado en las afueras de la Corte; en segundo lugar, comparten época y estilo arquitectónico; por último, ambos son famosos por sus enormes jardines. Sin embargo, ambos presentan dos diferencias notables: el ruso es más pequeño que el francés, pero su conjunto de fuentes (de preciosas estatuas doradas) es mucho más grandioso. En este sentido, el palacio al que realmente se parece, por ambas características, es el español de La Granja de San Ildefonso.
El palacio de Peterhof está construido sobre una terraza natural asomada al mar Báltico, y frente a él una fabulosa cascada de mármol poblada de estatuas doradas. El agua fluye por un canal, atravesando un inmenso parque, hasta el mar, simbolizando su conquista por parte de Rusia. En total son 173 fuentes, el mayor conjunto del mundo. Sin embargo, aunque ésta sea la imagen de Peterhof conocida internacionalmente, hay más: en los inmensos y variados jardines de 102 hectáreas encontraremos diferentes construcciones tales como pabellones, monumentos, un invernadero, una capilla, un pozo… y más fuentes, entre ellas algunas juguetonas que se activan cuando detectan el paso de algún visitante para mojarlo.
En cuanto al palacio propiamente dicho, resulta imponente visto desde los jardines inferiores, al final de la cascada, pero en realidad es de dimensiones modestas. Costa de una treintena de salas que fueron modificadas por varios zares y zarinas que se sucedieron a lo largo del siglo XVIII, especialmente Catalina II la Grande. A imitación de los fastuosos palacios de otras cortes europeas, sus salones están ricamente decorados, aunque con un aire un tanto frío. Destacan el Salón del Trono, el Salón de Retratos (nada menos que 368 cuelgan de sus paredes), el Salón Blanco (destinado a las cenas de gala) y los Gabinetes Chinos, decorados con elementos traídos del Lejano Oriente.
El palacio sufrió terribles destrucciones producidas por las tropas alemanas que lo ocuparon entre 1941 y 1944. Antes de su llegada, se intentó retirar las estatuas para esconderlas, pero por falta de tiempo todavía tres cuartas partes de ellas (incluyendo las más grandes) permanecieron allí. Muchas fueron destruidas, otras robadas y llevadas a Alemania, mientras los edificios palaciegos fueron saqueados e incendiados. Tras la guerra, un minucioso programa de restauración, que aún continúa, ha conseguido darle el aspecto y el esplendor que tuvo en el pasado. Hoy, el conjunto de palacios y jardines de Peterhof está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
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Texto y fotos © LAGARTO ROJO
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Para más información:
http://peterhofmuseum.ru/
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