Antiguamente a la catedral de Santiago de Compostela los peregrinos llegaban por cientos y dormían en el propio templo. En la Edad Media cristiana la gente ni se lavaba nunca ni se cambiaba de ropa jamás. El hedor debía de ser pestilente, así que usaban un gran incensario (llamado en gallego “Botafumeiro”) para aliviar un poco las narices de los asistentes. Dicho artilugio se balancea de lado a lado del transepto del templo gracias a una gruesa soga y la fuerza de ocho personas, de modo que llega a alcanzar 70 quilómetros por hora. En tres ocasiones la soga se rompió y el pesado artefacto salió disparado, una de ellas (en 1499) en presencia de Catalina de Aragón, que casualmente se encontraba en la catedral. Hoy día los curas han hecho un gran negocio de ello, pues hacen ejecutar el espectáculo a cambio de suculentas sumas de dinero.
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Texto y vídeo © LAGARTO ROJO
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