En el anterior artículo dedicado a Pisa, estuvimos recorriendo los edificios monumentales de la célebre Plaza de los Milagros, pero dejamos pendiente (y no es un juego de palabras) el más emblemático de todos, la Torre Inclinada. Se trata en realidad del campanario de la catedral, separado de ella y exento como era frecuente en la Italia medieval. Esta bellísima y armoniosa torre presenta una pronunciada inclinación hacia el sur y ejerce un indudable magnetismo que atrae cada año a la ciudad, por sí sola, a cientos de miles de visitantes.
La torre fue comenzada en 1173 por Bonanno Pisano y su construcción se prolongó hasta 1372 (prácticamente dos siglos), tras varias interrupciones debidas a guerras y crisis políticas. La inclinación apareció casi desde el principio, y lo curioso es que era hacia el norte, o sea, al contrario que en la actualidad. En lugar de ir a la raíz del problema (los cimientos) sólo se les ocurrió poner bloques más pesados en el lado sur. Efectivamente el defecto se corrigió, pero empezó a inclinarse hacia ese lado. Y siguieron construyendo con testarudez… hasta que la terminaron, coronándola con un cuerpo de campanas más pequeño.
¿Entonces a qué se debe su inclinación? Se debe a que gran parte de la ciudad se asienta sobre un terreno pantanoso, que cede ante el excesivo peso de algunos edificios. De hecho, en la ciudad hay otras dos torres ligeramente inclinadas: la de San Nicolás y la de San Miguel de los Descalzos (en este caso lo está incluso la iglesia). Otro caso en la ciudad es el palacio Toscanini.
Efectivamente, la de Pisa no es, ni mucho menos, la única torre inclinada del mundo. En la propia Italia, y muy cerca de Pisa, la ciudad de Bolonia tiene dos, con la particularidad de que están una al lado de la otra: son las torres Garisenda y Asinelli (la segunda, la más alta del mundo entre las inclinadas, con 97 metros). Además, podemos citar la de Toruń (Polonia), la de la Colina del Tigre en Suzou (China), la de Siuyumbiqué en Cazán (Rusia) o la de la capilla de Suurhusen, en Frisia Oriental (Alemania). Ésta última es la de mayor inclinación del mundo, superando a la de Pisa. Cierto que es gruesa, de escasa altura y está adosada a la iglesia, por lo que no tiene tanto mérito como aquélla. También en Alemania, concretamente en Colonia, encontramos la de San Juan Bautista. Y en España la de la Asunción en Bujalance (Córdoba).
Pero probablemente el lugar con mayor concentración de torres inclinadas está en nuestro país. Hablamos de Aragón: por citar las más notorias, hay dos en Calatayud (San Pedro de los Francos y San Andrés), dos en Teruel (San Martín y la catedral de Santa María de Mediavilla) y una en Zaragoza (San Juan de los Panetes). En la capital aragonesa aún permanece muy vivo el recuerdo de la torre que fue, hasta su demolición en 1892, tan famosa como la de Pisa: la Torre Nueva. Todas estas torres son de ladrillo (y la mayoría mudéjares) y en ese material reside la razón de su defecto: un secado demasiado rápido que produce una inclinación hacia el sur.
Volvamos a Pisa: vista desde el exterior, la torre tiene 55,7 o 55,8 metros de altura (según el lado que midamos), con 3.9 metros de separación respecto a la vertical. Presenta ocho niveles: una base de arcos ciegos, seis plantas de galerías de columnas y un cuerpo de campanas de menor anchura. Las galerías externas son paralelas y no se comunican, aunque la inclinación hace que parezcan una espiral, como la rosca de un tornillo. Su peso total se estima en 14.700 toneladas. Después de muchos intentos para frenar el aumento de su inclinación (que era de 1 o 2 milímetros por año y que habría acabado por hacerla caer), y que en varias ocasiones no hicieron sino empeorar las cosas, en 1990 se llevó a cabo una última y definitiva intervención. Se eliminaron 70 toneladas de tierra de su base, se reforzaron los cimientos y por primera vez en la Historia dejó de moverse, incluso se enderezó ligeramente.
Para visitar la torre, al igual que los otros edificios monumentales de esta grandiosa plaza, es preciso pasar por la taquilla situada en la esquina nordeste. Allí seremos sableados sin ningún pudor como siempre que visitemos un monumento en Italia. No hay billete conjunto, cada monumento tiene el suyo: 5 € por cada uno de los otros y 18 € (no, no es una errata) por la torre. Uno se pregunta a dónde va la ingente cantidad de millones que gana ese país cada año atracando turistas (el caso de Pisa no es una excepción), ya que luego tienen las ciudades llenas de porquería y los edificios (incluso los valiosos) en un pésimo estado de conservación.
Pues bien, tras pagar el impuesto revolucionario nos dirigimos a la entrada a la hora indicada. Por cierto, sólo en invierno podremos visitarla inmediatamente, ya que en temporada alta es preciso reservar con semanas de antelación. Pasamos bajo el bello tímpano románico de la entrada y vemos que la torre es en realidad un sistema de dos cilindros, entre los cuales asciende una escalera en espiral. El cilindro interior es liso (no hay divisiones en plantas) y arriba del todo está abierto (aunque cubierto con un vidrio) por lo que entra la luz natural. Una guía metálica vertical muestra claramente la inclinación de la estructura de la torre (basta observarla junto a los ventanucos o el banco para sentarse).
Desde dentro, también llama la atención la inclinación de la puerta de entrada respecto al suelo de la plaza y los viandantes. Antes de subir, encontramos una placa que en latín hace referencia al famoso experimento (probablemente una leyenda) realizado por el pisano más ilustre, Galileo Galilei, desde lo alto de la torre. La ascensión no se hace pesada a pesar de los 294 escalones. Unas rejas impiden salir a las galerías decorativas exteriores, pero permiten apreciar su inclinación respecto a los edificios del entorno. Una vez en el mirador, el cual no es otra cosa que el cuerpo de campanas (que son siete, correspondientes a las notas musicales), podemos caminar por dentro o por fuera y disfrutar de las magníficas vistas sobre la Plaza de los Milagros y sobre el casco antiguo de la ciudad. Hay que aprovechar bien el tiempo, pues los 18 € sólo nos dan derecho a media hora de estancia en total, es decir, incluyendo la ascensión y la bajada.
Como hemos visto antes, la torre pisana no es ni la única ni la más alta ni la más inclinada de las inclinadas. ¿A qué debe entonces su extraordinaria fama? Bien, vamos a intentar responder a esta pregunta. Probablemente sea una conjunción de varios factores: en primer lugar es indudable la belleza y la calidad artística tanto de la torre como de los otros edificios de la plaza donde se ubica. Por otro lado, su inclinación es muy evidente y su antigüedad alcanza ya los ocho siglos. Además, su ubicación geográfica en Toscana, una región que sin duda ha sido clave en la difusión del arte y de la cultura de Europa, es fundamental. Por último, no debemos olvidar la extrema habilidad de los italianos para difundir todo lo italiano y revestirlo de un aura de sofisticación y estilo. Sea como fuere, y a pesar del atraco descarado, en una visita a Pisa la subida a la torre es obligada. No todos los días se puede ver el mundo torcido…
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Texto y fotos © LAGARTO ROJO
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