París es una ciudad extensísima y llena de monumentos de gran fama y espectacularidad. Al ser completamente llana (si exceptuamos la colina de Montmartre), para gozar de buenas vistas panorámicas hay que subir a una estructura muy alta. Si escogemos la Torre Eiffel (que con seguridad es la primera que nos viene a la mente), nos encontraremos con el problema de no poder ver la propia torre, y eso es algo que no querremos que ocurra… Hay una solución mejor: la Torre Montparnasse, el rascacielos más alto de la capital francesa. Allá nos encaminamos pues…
La torre Montparnasse es uno de esos atentados urbanísticos perpetrados por doquier en los infames años 70. Quién pudiera borrar esa década de la Historia de la Humanidad… Efectivamente, es el único rascacielos construido en el interior de París, algo así como una jirafa en medio de un rebaño de ovejas. Por otro lado, es plano y de cristal. Vamos, una cutrez carente de gusto y de interés, de ésas que pueblan las ciudades-horror como Nueva York.
Al llegar, incluso en invierno, deberemos hacer cola al pie del edificio. Después, pagaremos 14 euros (sí, la Ciudad Luz es también la Ciudad Sablazo) y tomaremos el ascensor más rápido de Europa, que en sólo 38 segundos nos permite alcanzar los 210 metros a los que está situado el mirador del rascacielos. En realidad, dicho mirador son dos: el 56º piso (y último) y, por encima de él, la terraza del edificio, directamente a cielo abierto. Teóricamente, en un día claro la visión alcanza los 40 quilómetros a la redonda.
El mirador está muy bien acondicionado, con vistas a los cuatro puntos cardinales. Los ventanales acristalados son enormes y permiten una visión amplia de todo el entorno. Frente a ellos, encontramos unas pantallas que nos permiten identificar los diferentes edificios y puntos de interés de la capital gala. Otro atractivo de este mirador es la pantalla situada en el suelo y que crea la ilusión de que caemos al vacío desde lo alto del rascacielos hasta estrellarnos contra el duro pavimento de la calle.
Hemos elegido contemplar París a caballo entre el día y la noche. El sol en estas latitudes, y más en invierno, luce pero no brilla. No nos encontraremos con un atardecer rojo y cegador. Por el contrario, el astro rey nos regalará un manto de luz azulada que paulatinamente irá cubriendo toda la ciudad, al tiempo que recortará las siluetas de los más emblemáticos monumentos de la ciudad. Éstos, por sus grandes dimensiones, sobresalen entre las demás construcciones. Comencemos pues, poco a poco, en el sentido de las agujas del reloj, nuestro giro de 360º por la capital francesa…
Hacia el este, justo al pie del rascacielos, vemos el cementerio de Montparnasse, conocido por albergar los huesos de algunos personajes célebres (como el argentino Julio Cortázar o los mejicanos Carlos Fuentes y Porfirio Díaz, por citar algunos). Desde nuestro punto de vista son perfectamente visibles los panteones y las tumbas, más de 200 metros hacia abajo. Mientras, hacia el sur podemos ver la Estación de Montparnasse (otro espanto arquitectónico de los funestos años 70), donde se aprecian perfectamente las vías férreas que a ella llegan. También podemos ver con detalle las manzanas de casas más cercanas.
Todos los puntos de mayor interés se despliegan en abanico al norte de nosotros, pues hemos de recordar que estamos al sur del centro de la capital. Todos ellos están muy lejos, pero nuestro objetivo de 26 aumentos nos permitirá apreciarlos con precisión y claridad. Hacia el noroeste se recorta el icono parisino por excelencia: la Torre Eiffel. Ante ella, el Campo de Marte. Y un poco más a la derecha se yergue la cúpula dorada (literalmente, pues está cubierta de oro) de la iglesia de los Inválidos. Bajo ella se encuentran los restos del tirano odiado en toda Europa y ensalzado sin pudor por los siempre sorprendentes franceses: Napoleón I. Un poco más al fondo, la mole del Arco de Triunfo se hace evidente.
Hacia el norte vemos, ya al otro lado del río Sena, el edificio de mayor superficie de la ciudad: el gigantesco Museo del Louvre. Tras él, muy lejos, en el extremo norte de la urbe, pero favorecida por su situación sobre la colina de Montmartre, adivinamos las cúpulas de la basílica del Sagrado Corazón.
Seguimos girando y vemos una gran iglesia renacentista. Se trata de San Sulpicio, famosa en los últimos años por la novela El código Da Vinci. Más a la derecha, la mancha oscura del Jardín de Luxemburgo, quizá el más elegante parque de la capital. Detrás, sobre el río Sena, sobresale la silueta de la catedral de París, con sus inconfundibles torres y arbotantes.
Hasta ahora hemos visto París bajo la mágica y tenue luz azulada del atardecer. ¿Qué tal si subimos hasta la terraza para verla al anochecer? Sólo tenemos que ascender un piso más y salimos a la auténtica cumbre del rascacielos. Sobre nuestras cabezas, sólo el cielo, y en nuestro derredor, la noche cayendo sobre París. La plataforma está completamente rodeada por una protección acristalada (no sea que algún suicida inoportuno tenga la ocurrencia de estropearnos la noche). Obviamente, la mayor parte de los visitantes se agolpan en el lado que mira hacia la Torre Eiffel.
En un principio la luz natural se va diluyendo mientras el alumbrado artificial hace su aparición lentamente, lo que ya nos ofrece una visión diferente de la ciudad. A esta hora la urbe no parece real, parece pintada a pinceladas sobre un lienzo. Así vemos de nuevo la Torre Eiffel, la iglesia de los Inválidos y el Arco de Triunfo. Seguidamente, hacia el norte, volvemos a ver el Sagrado Corazón, el Museo del Louvre, San Sulpicio, el Jardín de Luxemburgo y la catedral.
Al cabo de muy pocos minutos desaparecen los últimos rayos crepusculares y la noche se cierra completamente. Entonces las luces de París brillan por todos lados y distinguimos las avenidas llenas de lucecitas que se mueven. Parecen las venas de la ciudad. Por su parte, los principales monumentos se destacan entre el caserío gracias a sus potentes focos de iluminación ornamental. Y entre todos ellos, como un faro de más de 300 metros de altura, la Torre Eiffel atrae especialmente a los curiosos aquí congregados.
La Torre Montparnasse es un rascacielos vulgar, carente de interés estético. Es más, es una aberración urbanística indigna de una ciudad conocida por su buen gusto y su elegancia… Pero a modo de compensación nos ofrece un punto de observación inigualable, desde el cual se domina toda la capital francesa. Ya en la calle, cuando nos alejamos de ella, la miramos por última vez y le perdonamos su vulgaridad por las vistas inolvidables que nos ha regalado.
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Texto y fotos © LAGARTO ROJO
Permitida su reproducción previa autorización y siempre que se cite su procedencia
Para más información:
http://www.tourmontparnasse56.com/es/
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